Muestra fotográfica LAS MANOS SON LOS PIES DEL ROSTRO





En Rosario “el artista tira la piedra y los demás esconden la mano”, dice que dicen Daniel García Helder. Rompiendo esa regla de oro, desmenuza concienzudamente sus puntos de vista acerca de la muestra fotográfica de nuestro “crédito” Alejandro Lamas –“Rostros y rastros de la aldea”- recientemente finalizada en el Centro Cultual del Bajo.


El móvil que me obliga a escribir este artículo es de índole gramatical, curiosamente; me refiero a la incapacidad sintáctica del espectador para armar frases más complejas que “Me gustó” y “No me gustó” cuando el artista, temerario, como una gitana, se acerca y pregunta “¿Qué te pareció?”. En ese momento, sí, hasta el más crítico se acobarda. Enmendar esto es mi propósito.

Fui tres veces a ver las fotografías de Lamas, la segunda no las entendí; de todos modos me limitaré a destrabar mis impresiones del primer día. Entrando por la izquierda, se empieza con un retrato de Fito Páez en su casa, de espaldas al piano, mirando la cámara; la picardía de su rostro es (o la popularidad la volvió) fotogénica. Me deslizo de su cara a un detalle, los dedos de sus manos son lo único que refracta la luz y no la absorbe; la luz ambiental es mate salvo en sus dedos. Lamas supo significar eso: en un pianista cualquier cosa puede ser anodina menos los dedos de las manos.

Sigue Rivoire; manufacturero, su oficio consiste, en impedir que las imágenes se desborden guareciéndolas en cuadrángulos de madera, y es lijando un marco aún vacío cuando el movimiento se detiene. La toma encierra dos pormenores eficaces: uno retórico (al fondo, deslocalizada, hay una foto del propio Lamas) y otro obsesivo (el perfil de Rivoire se ve nítido salivo en la mano que está lijando, un poco corrida).

Y llegamos a Rubén Naranjo, “el Lenin de Bellas Artes”, como los llama el grupo Cóndor en su 24º amenaza. Pese a mi estima por él, sus retratos no me gustan y Lamas no es el culpable. Tal vez sea el tenue parecido con Picasso, cuyas fotos saturáronme, si no su modo de ocultar la mirada, lo que me resulta antipático. Aquí tampoco decae el prestigio de las manos: sostienen un mate, asen una pava, revuelven un tazón.

Chacho Müller –rostro sereno, uñas largas- continúa. Por las fotos me entero que toca guitarra y piano: en una se ven sus dedos entre las cuerdas, como un boxeador, pero para pulsar el piano (una mancha monstruosa que ocupa el 75 % de la imagen y en cuyo extremo el músico mete las manos) las esconde.

Después viene Jorge Riestra y arribamos, creo, a una de las mejores fotos. El escritor comparte una mesita de cafetín con un reportero: hay 6 vasos, 3 de café y 3 de agua; a la derecha , fuera de local, el dorso de las manos a la cintura, se lo ve al propietario, y a la izquierda, sentado a otra mesa, a otro cliente. La foto no termina ahí, sino cuando uno nota que en el fondo hay un espejo y que en el espejo está Lamas. Entonces se sabe de quién es el tercer vaso. Todos, incluso Riestra que, con las manos juntas sobre la mesa, habla, me parecen una excusa para mostrarse él. No está del todo mal, me digo, que sea un poco egomaníaco.

Por último está don Héctor Zinni, librero y rosariólogo, mirando la cámara por encima de sus lentes, parado entre una mesa de libros y otra de revistas sobre las que, como diciendo “Esto es mío”, reposan sus manos. En esta foto reconozco la obsesión de Zinni por el orden y revivo el clima opresivo que yo (y al menos O. Taborda también) siento en su librería de usados: uno está siempre bajo su mirada rigurosa.

La muestra consta de dos partes, acabo de comentar la primera y creo haber translucido una constante: mostrar, por debajo del rostro, las manos (que tocan, escriben, pintan, etc.). Lamas parece postular que el retrato del homo faver reúne un par de elementos: rostro y manos. Famosa es la fotografía de Andy Warhol tapándose la cara con las manos: en Lamas no hay esta superposición de los elementos.

La segunda parte está dedicada exclusivamente a Cachilo, un linyera reputado de la ciudad cuyo vagabundeo se limita al macrocentro. En sus fotos, el valor de las manos es más plástico, menos conceptual que las otras. Hay una imagen de Cachilo durmiendo en que la piel de las manos agarradas se pliega, forma relieves que seguramente persuadieron a Lamas para que los registrara de cerca; el detalle de la arandelas usadas como anillos me fascinó, pero no tanto como el hecho de que hubiera dos tomas de estas manos, una de frente y otra de perfil. Lamas me hizo pensar que las manos tienen perfil, por eso lo bendije. Pero ¿qué hace Cachilo con sus manos? Escribe las paredes, de ahí que se lo llame “poeta de los muros”; bien: si los poetas son marginales de por sí, un poeta linyera, es el colmo de la marginalidad, y prueba de esto es esa otra imagen durmiendo en la vereda de una galería de arte después de colgar del letrero que dice KRASS unos papelitos escritos. Este croto gráfico, reacio a lo instituido, hizo su propia muestra paralela: “Salón primavera. Septiembre 21. Rosario” se lee en un papel; en seguida la burguesía se agolpa, pero no es arte que puedan adquirir. En la serie “Graffiti”, lamas elimina al croto y sólo registra sus escrituras nacionalistas y pedagógicas. “Servimos a la patria mejorando su producción” demuestra que su equilibrio mental supera el de otros políticos de su talla. “Los argentinos y rosarinos somos pobres naturales y los franceses y parisienses son ricos eléctricos artificiales” encierra una trampa oriunda de la lógica matemática: si A es a b lo que X a Z, París es a Francia lo que Rosario a Argentina, o sea la capital; no parece que Cachilo se haya resignado aún a que Rosario sea aún la capital de la República.

Termino. He seguido sólo una de las posibles vías de acceso a una muestra fotográfica, y me he cuidado de hacer muchos juicios de valor; antes bien quise describir someramente esta primera exposición de lamas, cuyos cinco meses de perseguir a Cachilo no se pueden agotar en pocas palabras.
D. G. Helder









Risario nº 31, 1/86, p. 15-16.