CON MUCHO SIGILO/VUELVE CACHILO


UN PERSONAJE DE LA CIUDAD EN FILM DOCUMENTAL


Fue linyera y famoso por llenar las paredes de la ciudad de poéticos graffitis. Mario Piazza ahora lo va a rescatar en un film.


(LOS HOMBRES HACEMOS TORRES/Y LAS MUJEREES/HACEN HIJOS/POBRES) Inquietantes, pintorescos, extraviados, contundentes, deformes, durante años una serie de mensajes escritos por una misma mano y firmados por Alberto Cachilo, Alberto Guacho, Cachilo, El Cachilo, o simplemente X, coexistieron con graffitis y pintadas políticas en las paredes de buena parte del centro. Raspados o dibujados con tizas de colores de rara virtud indeleble, algunos todavía sobreviven a la intemperie en que vivió su autor a cuatro años del día en que dejó el barrio. Si se hiciera una encuesta sobre los “personajes” de la ciudad, con seguridad cosecharía una buena cantidad de menciones, y ahora el cineasta rosarino Mario Piazza prepara un telefilm documental con la idea de “retratar el personaje y también rastrear en sus orígenes”. El realizador se propone “rescatarlo para la ciudad, porque forma parte del patrimonio cultural”, pero también ir “más allá de lo pintoresco”, pero que “hay en Cachilo una situación dramática muy fuerte, una angustia grande que debe haberlo llevado a tomar la decisión de vivir en la calle, que no es una cosa liviana”.

(CRIADO/EMPLEADO/LA DISCIPLINA/SIEMPRE/TE LASTIMA) Aunque aclara que recién “después que lo haga puede ser que sepa mejor” qué lo lleva a acercarse a Cachilo, tras Señorita Olga –su anterior film, basado en las innovadoras experiencias pedagógicas de la maestra Olga Cosettini-, Piazza explica que “es interesante ver cómo este personaje, que ha sido un marginal, sin embargo también ha sido estudiado y querido por mucha gente de la cultura de Rosario. Se han publicado notas sobre él, ha salido en la portada de los dos diarios locales (el día de su muerte), en la revista Risario. Me interesa rastrear en sus motivaciones, qué es lo que lo dirigió a esa decisión que él tomó un día de mandarse para esa dura vida de la calle; indagar acerca de qué opina la gente que está en la literatura acerca de sus pintadas, y también es interesante una no sé si aparente contradicción entre su condición de anacoreta o algo así, y esa necesidad de comunicarse”.

(QUE MIEDO EN LOS CAÑOS/EL MONSTRUO/ES EL NENE/DE DOS A SIETE/AÑOS) De barba larga, sobretodo, dos pares de pantalones uno sobre el otro, todo del color de la miseria extrema, y coronado por su distintivo gorro de cuero y lona, Cachilo murió el 4 de octubre de 1991 y se dice que algún familiar se presentó en la morgue para hacerse cargo del cuerpo. “Tenemos algunos rastros acerca de que trabajó en el correo, en una casa de banderines y calcomanías o autoadhesivos, hay personas que han trabajado con él, puede haber algún familiar. Son puntas, rastros, creo que hay mucho por investigar sobre este personaje”, dice el realizador, pero también “hay materiales interesantes”. Algunas pistas de valor las dio el mismo Cachilo en una entrevista realizada en q982 por la revista Risario, que dirigía David Leiva. “Da varios datos, que si son verdaderos no sabemos”, aclara Piazza, pero, según lo que recogieron los cronistas de aquella publicación, el hombre era rosarino y su nombre era Higinio Maltaneres, nacido en el `27.

(DIJO CONFUCIO/EL HOMBRE NO ANIMAL/TIENE QUE SER SUCIO) Se cree que cambió de vida más o menos “a los cuarenta años –comenta Piazza-. Dice Cachilo en esa nota: ‘tres años duró la separación, del `67 a `70… y que después se fue a ‘recorrer el mundo’. Me interesé por la grabación de la entrevista, para incorporarla directamente a la banda de sonido del video, pero bueno, parece que los periodistas suelen usar los mismos cassettes varias veces, así que no se conservó la voz de Cachilo en esa entrevista. Pero sí hay una grabación de video de un colega, José Luís Seguí, que lo grabó con imagen y sonido mientras estaba pintado en una pared, y eso lo vamos a incorporar. Hace varios años, con (el fotógrafo rosarino ahora radicado en España) Alejandro Lamas, habíamos hablado de hacer algún trabajo con Cachilo, en la época que trabajábamos con Súper 8, y él le grabó unas tomitas que también vamos a incorporar al video”.

(APENAS/LOS ATLETAS/DE ATENAS/LOS VERÁS/EN EL/CINE) La producción del video de Cachilo está en la primera etapa de recopilación de material y exploración de los rastros que dejó. “Hay fotos y filmaciones suyas, dibujos, pinturas, canciones que se le escribieron –dice Piazza-. Existe una recopilación de sus textos, editada por la Escuela Musto, aunque no es exhaustiva; de hecho yo he registrado algunas pintadas y raspadas que no figuran ahí, a medida que me llegan noticias de dónde están. Para los cuatro años que han pasado es como milagroso que se conserven las que ha hecho en casas abandonadas, en cajas de la luz o en lugares públicos. Pero además me interesa el testimonio de la gente que se ha ocupado de Cachilo, para retratarlo a él pero para retratar también a la cultura de Rosario, que en cierto modo puede decirse que es tan marginal como Cachilo, porque en principio y en la referencia de la gran urbe, la capital de los argentinos, el que se queda para trabajar en cultura acá, en términos generales, va a estar trabajando de un modo relativamente marginal”.
(DOBLE FILO/YO SOY MAESTRO/POETA/HIJO DE MONJA BLANCA)

 




Rosario/12, 4/10/95, Espectáculos, p 7.


 

LAS CIUDADES INVISIBLES

“SON DE ACÁ”



Escribió el poeta andrajoso, el que olía a lloviznas de junio y a calores del pasado, un día dieciséis, del mismo mes que había utilizado ese irlandés para escribir ese libro. Escribió con ceritas en una pared de Pichincha, lo hizo con verde que te quiero verde. Escribió ese que nunca, ni soñarlo, figuraría en un cartel del parque al estilo “Son de acá”. Dijo así: “Rosario ciudad de Roma, La Plata ciudad de París”.

Después se sentó en el suelo y destapó la botella de plástico, y también se metió un vino en la panza. No pensó, ni en pedo, pasar alguna que otra vez a la posteridad de esa ciudad de Roma, llena de descendientes de inmigrantes italianos.

Quizás podría haber pensado, cuando dormía en Thompson y Williams, si le pasaba lo que a mí, que Rosario era ciudad de la Edad Media: un policía me acomodaba un gomazo en la espalda por el hecho de pararme, junto a un amigo holandés, recién llegado de Amsterdam, frente a una casa, y decirle, mirá, acá nació el Che, Otro que tampoco “Son de acá”.

En una de esas, de esas tardes, imaginó como el que suscribe lo que podía imaginar esa chica de diecisiete, en un segundo piso, frente a un espejo, con una sonrisa de gata en celo y globitos de historietas del Tomi o de Mauss: “Con esta calza le voy a romper la cabeza a más de cuatro tipos (la calza era blanca). Me queda tan ajustada que si hasta parece que tuviese un poco de pito (la calza era un desvío de caminos o la mejor de las entradas al infierno)”. Si hasta lo escucho diciendo: “Una típica muchacha argentina, rosarina de este lado del río”.

Se rascó la panza o el vino y fue a comer a lo de los gallegos de Pellegrini y Maipú. Unas buenas sobras duraron dos minutos y las moscas empezaron a realizar una asamblea sobre su cabeza, sudor y gota gorda, se arrimó a la pared y escribió con cerita negra: “Rosario ciudad de Birmania” (ver Chindits).

Se acomodó otro vino en la panza. Pasó frente a un colegio y le gritaron alguna cosa, creo que borracho. Tomó otro trago pero esta vez lo acomodó en el cerebro, escribió con ceritas rojo bronca: “Cura confesional, grita cosa a borracho angelical; cura prostibulario, no grita, conoce el paño”. Se echó una siesta.

Soñó con la ciudad, escribió en el cielo con la cerita verde oliva: “Rosario ciudad de los mataderos de Roma” (ver historia de la picana, editorial ¿Sos callejero? Bancatelá).

Llegó hasta un barrio después de pegar un 59, le tocó la cabeza a una nena que le pedía algo de alguna cosa, la miró serio pero haciendo una sonrisa para adentro y pensó con las mismas palabras que canta Goyeneche, todas las monedas fueron penas. Se encontró con la casa del alguien familiar y pensó en su abuelo español, que había venido escapando de la guerra que acababan de ganar los fascistas, cuando tenía quince, casi la misma edad que la chica del segundo piso… lo vio bajar del tren y llegar a la calle del poeta Carriego, al 400, morderle la oreja y él dejarse morder, una lágrima le hizo trampas, siguió caminando y pensó en todas las mujeres que se le habían abierto de piernas y en esa que se había abierto y que además le había dado los hijos. Volvió a pensar, quisiera que mis hijos crezcan en un barrio, o en lo que quede de ellos.

Volvió para el centro en una B que se caía a pedazos y se bajó en la facultad de Humanidades. Escribió en una pared que da a la intendencia: “Yo conozco a uno, acá adentro, que no es centro, pero escribe con ceritas, se llama Aldo”.

Se sentó en el umbral y recordó a una estudiante que se tomó el buque, pero por avión de Aerolíneas. Recordó que con ella fumó, alguna vez, alguna cosa. Esa tarde no pudo despejarse de esos ojos negros por lo negro y rojos por los derrames de todos esos ríos que eran el mejor de todos los deltas. Escribió: “Ojos negros, mancha roja, bandera”. Se fue cantando un Goyeneche de antes, gira más el torbellino con los ojos de un camino que regresa del pasado, pobre, pobre y vano sueño loco, ya lo ves de darte tanto me he quedado con tan poco. Al rato balbuceó en una plaza su rocío y sus calores del pasado, tengo miedo de mirarte y en el fondo de tus ojos ver la esquina del amor.

Pasaron los meses y lo perdí de vista, pensé que había jugado su corazón y lo había perdido, hasta que volví a encontrarme con él o con un Cachilo auténtico en la pared de la facultad de Derecho-Agronomía: “Rosario ciudad de Transilvania”. No pude dejar de pensar en todas esa historias que me habían contado acerca de todos esos murciélagos ¿y vampiros? que tenían como morada a esa romántica torre que mira a la plaza.

Un día, allá por el 91 ó 92, supe que murió. ¿De frío? ¿De tristeza? ¿De hambre?

Mejor pongamos en esta historia que un día, allá por el 91 ó 92, se dejó morir.

No imaginó, ni muerto, que a la mañana siguiente sería tapa de los dos diarios de la ciudad.

Me recordó a la otra ciudad, no a la del río que la baña junto a su inmaculada bandera y que con el manto virgen se erigió como cuna, etcétera etcétera, de discurso de maestro de segundo grado. No a esa con ese puerto pujante que fue granero del mundo y supo alimentar a futuros descendientes de inmigrantes italianos. No, me recordó a otra, a la de Nicanor Pérez hablando desde un diario, a la de todas las monedas fueron penas, cantada por Goyeneche. A la de los pobres corazones, cantada por Fito.



Walter Motto,
en "Mujeres" (plaqueta), Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Rosario, 1995.