CACHILO VIVE





Hay una secuencia en Cachilo, el poeta de los muros en que los testimoniantes hacen gala de creatividad en el uso de metáforas y eufemismos al referirse a la salud mental de Cachilo.

“Se le habrá roto un cable que lo conectaba a determinadas cosas y decidió conectar ese cable a la nada…”, dice Adrián Abonizio.

“Algo le hizo truc” dice Mónica Calegari, que unas secuencias antes había manifestado su “sana envidia” por las altas cualidades de Cachilo como artista plástico.

“Yo creo que los tipos que realmente se rayan son los más sensibles”, dice Manuel Aranda, que –hombre sensible él mismo- tuvo también sus tropiezos, que no son caída. “De pronto la realidad se vuelve inmanejable para ellos”, abunda, “y… (chasquea los dedos) pasan a otro lado, a otro estadio de la cosa”.

Cachilo es mucho más directo en el uso de las palabras, a través de uno de sus escritos murales: SAN CONO/LA BORRACHERA SE PASA/LA LOCURA NO.

A diferencia de otros conocidos casos, Cachilo no era un artista reconocido antes de su giro iniciático, antes de que algo le hiciera “truc”. “Yo notaba que no era… de nosotros, del montón”, recuerda Oscar Cuesta, antiguo compañero de trabajo del que devendría en Cachilo, “no era del montón, digamos, normal…”.

Cachilo nació de Higinio cuando Higinio murió, asediado por las restricciones de una sofocante normalidad. Cachilo dice que fue en Buenos Aires que le cambiaron la vida, que le rompieron sus documentos (su identidad) y que le dijeron “ahora te llamás Albert Croto”. En Buenos Aires, centro de la tensión y del poder, espejo cruel en el que se ha mirado siempre Rosario. Y regresó a Rosario Higinio convertido en Albert Croto a fines de los setenta, para convertirse aquí en Cachilo.

Cachilo, nombre de pájaro elegido por el mismo “poeta de los muros” por lo que tienen esos pájaros de cantores, de errantes y de libres.

Tanto admiración como rechazo suscitó Cachilo entre los rosarinos. “Échelo y tire Gamexane”, dice Gilberto Krass que le dijo una señora que entraba a su galería de arte, en cuya vereda descansaba Cachilo. Para algunos resultaba Cachilo de una imagen impresentable, como seña particular cuando es una cicatriz y hay que ocultarla. Para algunos Cachilo no era un artista serio.

Para los de la vereda de enfrente, Cachilo era un artista y a la vez la obra de arte, prolongada en las obras que suscitó de parte de numerosos artistas rosarinos.

En las canciones varias que los músicos le han dedicado, en la inspiración que su imagen ha dado a los retratos que han hecho artistas plásticos y fotógrafos, en su importante figuración en la revista Risario, primero en una extensa entrevista, luego en su portada, más tarde como personaje de historieta y finalmente como honorario guía espiritual del staff editorial. En todas estas expresiones subyace una reivindicación de Cachilo, su imagen y su obra, que en algunos casos llega a una abierta admiración no exenta de cierto miedo.

El profesor Roberto Retamoso fue prologuista de Cachilo, en un pequeño y legendario libro de recopilación editado en forma independiente por Osvaldo Boglione, Mónica Calegari y Norberto Campos, en 1991, poco antes de la muerte de Cachilo. Retamoso señala que tan impropio como sostener que Cachilo no tenía nada que ver con el mundo de los escritores sería la actitud inversa de sostener que lo que Cachilo hacía es exactamente lo mismo que los demás escritores. “Es justamente a través del discurso de la locura –dice el profesor Retamoso- que Cachilo logra manifestar diversas cuestiones que los discursos convencionales no puede expresar”.

El músico y escritor Adrián Abonizio declara una enorme admiración por él. “Yo veía que él tenía la libertad o la locura que nosotros no teníamos. Llegó a un lugar que otros artistas no llegaron, ni van a llegar jamás.” Adrián confiesa además que Cachilo le ha inspirado tanto respecto como miedo: miedo a la locura y a la libertad, justamente las virtudes que había declarado envidiarle.

La escritora Graciela Cariello incluye en su poema “Letras” dos epígrafes. Uno es una cita de Mallarmé, el otro es un texto de Cachilo.

El cuida-coches “Charly” Orieta dice que Cachilo tenía un título de filósofo y que por eso tenía esa facilidad de escribir cosas verídicas.

El galerista Krass recuerda que una vez Cachilo le dijo: “¿Sabés por qué la gente se vuelve vieja?” Y que él mismo respondió: “Es por el tiempo que pasa”.

El periodista “Pato” Mauro cuenta que Cachilo le confió: “Yo estoy tratando de que todos los petisos se vengan a sentar acá conmigo y nos juntemos, porque tenemos que unirnos contra los gigantes”.

El actor Miguel Franchi también manifiesta su admiración por el arte de Cachilo (“parecía como que entre una palabra y la siguiente había una zona de libertad y de algo aleatorio que ocurría, y seguía la palabra que sigue… Ojalá nosotros pudiéramos estructurar nuestras obras con ese mismo vértigo”).

Norberto campos es destacado actor y director teatral y ha sido recopilador de los textos de Cachilo. Norberto reivindica a Cachilo como poeta en un sentido amplio, “con todo lo que tiene de molesto, de inquietante, de revulsivo, pero a la vez de revelador un poeta”. Preguntado si él seguiría los pasos de Cachilo, Norberto dice: “Yo no podría, soy un pequeño burgués, que le viá’ cer…”. La imagen de Norberto no es precisamente la del arquetipo del pequeño burgués. Pero claro, es enorme la distancia con la intemperie que estoicamente sobrellevaba Cachilo.

Un concepto reiterado en los distintos testimonios sobre Cachilo ha sido el de la dignidad. El poeta Armando Del Fabro lo rescata a Cachilo como “uno de los tipos más dignos que tuvo la ciudad, por saber vivir y poder vivir como él quería”.

Daniel Briguet, respetado periodista y estudioso de los medios y de los mitos, recuerda el costado humano y dramático que hay en el personaje Cachilo, “el que él mismo tradujo, con su particular genio, a un lenguaje humorístico, absurdo, disparatado,…”. Y concluye: “Tal vez de ese talento necesitemos muchos de los ciudadanos, de los rosarinos más convencionales, para vivir sino más felizmente, por lo menos más dignamente”.

El periodista y poeta Gary Vila Ortiz señala con desencanto que hay una dignidad del hombre frente al hombre que se ha perdido. Y reivindica a Cachilo al sostener que él no la hubiera perdido.

Tal vez un poco de locura se manifiesta en cada uno de nosotros, cuando no conocemos las razones profundas que nos llevan a hacer lo que hacemos. Como el poeta Mac Allister acudiendo al Concejo Municipal con gruesos expedientes para proponer a Cachilo como ciudadano ilustre –post-mortem- de Rosario. O como la que movió al que aquí escribe a dedicar cuatro años y medio a rastrear las huellas de Cachilo y armar un video y un sitio web sobre él (http://pagina.de/cachilo).

Quizás Cachilo sea emblemático de esta ciudad porque esta ciudad también tenga algo de locura, y por su incierto origen y su incierto destino, ciudad mediana que no es capital de nada, ni de la provincia ni del país.

“Ríase, ser rosarino ya es un chiste del destino”, decía el slogan de la revista Risario, lograda síntesis expresiva del perfil humorístico de la publicación y de lo que significa ser habitante de esa ciudad.

En la noche del estreno de Cachilo, el poeta de los muros, en un desbordado Centro Cultural Parque de España el 28 de mayo pasado, me dirigía al escenario para presentar la proyección cuando me interceptaron unos periodistas de Canal 5, y apuntándome una cámara y un micrófono me espetaron una pregunta que me desconcertó: “¿Existe una Cachilomanía?” En una fracción de segundo pensé que esa pregunta estaba un poco desacertada y una fracción de segundo después pensé que si tenía algún sentido o justificación era por la numerosa concurrencia allí reunida y el fervor que se percibía en el ambiente, y me surgió responder, como si lo hubiera pensado antes, que más bien ocurría que la imagen de Cachilo se presentaba como la contraposición del modelo de éxito que han tratado de vendernos (y que en buena medida lo han logrado). Cachilo es la lucha, la persistencia, lo contrario del oportunismo y el escalamiento furtivo. Eso está entre lo más admirado de Cachilo: su enorme tesón puesto en una actividad que no le daría ni mayor prosperidad ni mayor status social, en un contexto en que aparece como cada vez más desaforada la carrera en ese sentido.

Mario Piazza
Rosario/12, Contratapa, 4/10/99, p.8