CACHILO, EL POETA DE LOS MUROS


Sus frases escondían coherencia detrás de una redacción incoherente.
Caminó durante 12 años por la ciudad dejando su sello en las paredes.



Gringo / todo es feo / el poeta del correo
tiene que hacerles ver / que ahora es lindo

Cachilo


Siempre tenía tizas y ceritas en sus manos, las tenía de todos los colores. Escribía, pintaba y dibujaba en las paredes de Rosario. Sus palabras llamaron la atención de más de uno que hoy recuerdan de memoria y con cariño todo lo que Cachilo tenía para decir. Vagaba, de un lado a otro, libre como un pájaro, como un “cachilo”, nombre que decidió adoptar: “Nombre de pájaro. Somos cantores, somos poetas, Cachilo, por los pajaritos chiquitos que hay acá. ¿Viste? Tienen barbita”, explicó en la única entrevista que le hizo la desaparecida revista Risario, en 1982. Eligió un nombre nuevo, muchos nombres nuevos: Alberto Cachilo, Criollo norteño, croto viejo. Eligió ser una nueva persona, eligió las calles, las paredes y dejó atrás una vida que prefirió olvidar, nadie sabe bien porqué aunque muchos tienen sus hipótesis.

“Personalmente creo que fue en parte la cuestión conyugal, tuvo un problema con la esposa y eso fue lo que lo llevó a estar en la calle. La carga de motivación que yo le encuentro es como si hubiera estado forzándose por llevar una vida normal, frenando algo en su interior, y esto hizo explosión en un determinado momento que ya no pudo controlar y lo llevó a tomar esa actitud extrema. No hay que excluir el dato reiterado en los testimonios de que algo le fallaba en la cabeza, no estaba del todo cuerdo”, explica Mario Piazza, cineasta rosarino, quien en 1999 estrenó un documental sobre la historia de Cachilo. Quizás esa creencia de que una especie de locura lo rodeaba fue lo que le permitió escribir sin ser molestado en una de las épocas más críticas por las que atravesó el país: la dictadura militar.


Higinio, como era su verdadero nombre tenía mujer y cuatro hijos. Trabajaba, primero como empleado de correo, después se dedicó al negocio de los banderines y las calcomanías, emprendimiento en el que dicen no le iba nada mal. Pero sea como sea lo que pasó, Higinio dejó de existir. “Cuando empezó a ser Cachilo tenía alrededor de 50 años, pero hay una parte incierta. Cuando estaba alrededor de los 40 se produce la separación de la familia y hubo un período, que no se sabe de cuanto tiempo, que se fue a vivir a Buenos Aires”, cuenta Piazza. Según el propio Cachilo su vida cambió en Buenos Aires y lo explicó a su manera: “Me tenía que tirar al Riachuelo o bajo un tren, o de lo contrario darme cuenta que era solitario y viejo. Y viví la vida de viejo al cumplir los cincuenta. Allá estaba enfermo y me vine. En Buenos Aires me pararon bien el carro. Me rompieron todos los documentos y me dijeron: Ahora vos te llamas Albert Croto, que en francés quiere decir Alberto; y Croto no sé qué quiere decir”.

En la entrevista de Risario Cachilo cuenta que siempre le gustó el dibujo y la escritura: “dibujo escrito, dibujo industrial se llama”. De chico, leía el Martín Fierro de José Hernández, a Gustavo Adolfo Bécquer, Amado Nervo, Miguel de Cervantes Saavedra, León Toistoi, “y uno que no me puedo acordar”. Tenía un gran complejo con su estatura: “yo no tengo que decir nada, porque soy de estatura baja, uno setenta. Y de uno cincuenta a uno setenta no opinamos más nada, no decimos nada por que se enojan los grandes, los grandotes. Son ellos los que tienen que dar la impresión, porque son ellos los que castigan”.

Los ’70 parecen haber sido los años en los que nació Cachilo, el poeta de los muros, después de haber dejado atrás casi 50 años de vida. Pero el Croto Viejo fue descubierto periodísticamente por la revista Risario en el ’82, año en que se publicó la entrevista con fotos de Alejandro Lamas. En un número posterior fue nota de tapa y más tarde terminaron incluyéndolo a Cachilo en el staff de la revista como guía espiritual. De ahí en adelante los cantantes de la ciudad le dedicaron letras y música, los fotógrafos registraron su figura ante una pared escribiendo y escribiendo. Hasta hay un registro, de José Luis Seguí, de la voz y la imagen de Cachilo.


Según el relato de Piazza, Cachilo “escribía mucho sobre el tema gaucho y hacía referencia a su trabajo anterior: “El correo es puente cruzado de comunicación entre la gente”, “Gringo, todo es feo, el poeta del correo tiene que hacerles ver que ahora todo es lindo”. Pero escribía sobre cosas muy diversas, con la particularidad de que tenia ese estilo de sorprender a la gente con su originalidad”. Los graffittis del poeta eran inconfundibles, a pesar de que pocas veces firmaba de la misma forma.


“Tenía también seguidores entre buena parte de la intelectualidad o gente de la cultura de Rosario, algunos de los cuales les proveían de sus materiales de trabajo”, dice Piazza. “Están caros”, se queja Cachilo en la filmación de Seguí, haciendo referencia a las ceritas y las tizas, mientras sus manos curtidas muestran un puñado de pedacitos de todos colores que lo manchan las puntas de los dedos. Otro grupo de sus amigos lo formaban los gastronómicos. “Eran amigos por interés y necesidad, porque le proveían de comida. Cuentan que no pedía cualquier cosa para comer, tenía un paladar exquisito, pedía melón rocío de miel para comer con jamón”, relata Piazza.


En vida y después de su muerte Cachilo recibió el reconocimiento de muchos. Noberto Puzzolo y Alejandro Lamas lo fotografiaron en sus pintadas cotidianas. El poeta Armando Del Fabro escribió versos inspirados en él. Los escritos de Cachilo no quedaron estampados sólo en las paredes, sino que el actor Noberto Campos, con la ayuda de Osvaldo Boglione y Mónica Calegari, los recopiló en un librito y lo editó. Periodistas y artistas también hicieron eco de la obra de Cachilo: Gary Vila Ortiz, Reynaldo Sietecase, Adrián Abonizio, Roberto Retamoso y Daniel Briguet, entre otros. Rodolfo Saavedra, artista plástico pintó en la recova de Rioja y Buenos Aires, donde durmió largas noches Cachilo, un mural en su homenaje tras cumplirse diez años de su muerte.


En el documental los amigos de Cachilo, tanto de la calle como los que se acercaron a él con intereses intelectuales, artísticos o culturales, expresaron sus sentimientos hacia el poeta croto. “Llegó a un lugar que otros artistas no llegaron, ni van a llegar jamás”, opina Adrián Abonizio, mientras Daniel Briguet encuentra en Cachilo un talento que tal vez “necesitan muchos de los rosarinos más convencionales, para vivir felizmente, por lo menos más dignamente”. Para Sietecase “era un trabajo poético de mucha coherencia dentro de lo que parece incoherente. Es como si Cachilo hubiese tenido un plan que estaba llevando a cabo”.


La familia de Cachilo es un aspecto nublado en su vida desde que él decidió dejarlos atrás. Pero el destino lo puso un día cara a cara con uno de sus hijos que vivía y vive en Buenos Aires. En una de sus visitas a Rosario caminaba por la calle y al doblar en una esquina se topo de golpe con Cachilo, o su padre. Se miraron a los ojos y sin intercambiar palabras sintió muy dentro de él que su padre le pedía que siguiera su camino, que no se detenga ante él y eso fue lo que hizo. Una de sus hijas después de estrenado el documental se mostró muy contenta, según su director, ante la recopilación y el elevamiento de la obra de quien había sido su padre.


Los años pasaron para Cachilo, doce fueron los que vivió a la intemperie. Las ceritas y las tizas se gastaban y se cambiaban día a día, hasta que el 4 de octubre de 1991 pintaron sus últimas palabras en los macetones de calle Sarmiento al 400: “Cadáver resto, perdone si molesto”. Allí cayó sin vida el cuerpo del poeta de los muros. Pocos días antes el libro con la recopilación de sus graffittis había sido presentado. “Una interpretación improbable pero que tiene sus fundamentos es que su muerte fue a causa de la publicación. Él, que escribió siempre para que su obra estuviera en las paredes, cuando le publican los escritos en un libro se muere a los pocos días. También es probable que la intemperie y el alcohol le hayan afectado”, concluye Piazza.


“Cachilo vive”, dice el mural de Saavedra. Sus escritos viven. Para sus amigos vive. Para aquellos que leen las calles mientras caminan y se paran a mirar los detalles que ofrece aquella ciudad que grita desde las paredes, Cachilo vive. Fue un hombre que se animó a elegir, que se animó a ser su propia elección. Las tizas y las ceritas de colores fueron sus armas, las palabras sus balas.

 
Carina Toso
 
Revista Cablehogar, nº 72, 3/04