CACHILO






“Jugar con poeta trae yeta.” La definición puede encontrarse desperdigada en alguno de los muros del centro de la ciudad y lleva la firma, como tantos otros graffiti, de Cachilo, un vagabundo poeta de barba tupida, que hacía años practicaba este arte callejero.

Ayer a la mañana dio el último suspiro en un recoveco de la Caja de Previsión Social, en Sarmiento al 400. Fiel a su estilo, murió en la calle. Lo recogió una ambulancia municipal, que trasladó el cuerpo hasta el Instituto Médico Legal, al que ingresó como NN. Según uno de sus amigos, su nombre era Iginio Maltaneres, su edad oscilaba entre los 60 y 65 años. Quince años atrás el empleado Maltaneres abandonó su oficina y decidió, como sugería Felipe Aldana, “volverse loco de belleza” y transitar el arduo camino de la poesía. Alguna vez reconoció venir de Buenos Aires y se tejieron decenas de historias alrededor de él, que alimentaron la idea de un hombre sin pasado.

Dibujaba con crayones que le regalaban artistas plásticos y vecinos, como el Goyo Zeballos, también con carbonillas y pinturitas de color. “Aquí está la bandera idolatrada regalada”, decía otra leyenda, cerca del Monumento a la Bandera, que centenares de rosarinos habrán leído más de una vez. Cachilo se fue ayer de la ciudad y, paradójicamente, entró a ella. Los rosarinos sabemos que no es sencillo escapar de estas veredas. Como escribió en la calle San Martín, “la muerte es loca y traicionera”.


Rosario/12, 5/10/91, recuadro tapa.

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