FANÁTICOS DE LA NECROLATRÍA



"Eh, oiga" me espetó a boca de jarro el outsider de la cortada Zabala, la de la parrillita, "¿No le parece exagerado, oportunista y melancólico agarrársela con los muertos-mitos-muertos?"

"Y... sí", le contesté al tiempo que me alejaba raudamente dejando una estela de azufre, mientras matizaba mis fúnebres pensamientos con un alegre madrigal del siglo XVI. Tiene razón mi outsider personal. Al pobre poeta Aragón, en una mañana de Miércoles de Ceniza, alguien lo cubrió con una alfombra que hurtó (hurto: sin violencia; robo: con violencia) de quién sabe cuál sacristía, para que el Rey Momo vernáculo no sintiese frío, durmiendo en un umbral de la zona de Pichincha.

A Cachilo nadie se le acercaba ya que olía como un jabalí en estado de infrecuente desaseo. Hoy muchos se hacen dueños del héroe, como reza el título de un libro cuyo autor he olvidado.

A Olmedo la "intelligentzia" de la época, dentro de la cual yo militaba (y éramos muchos), considerábamos su humor cercano al de los bufos circenses (con perdón de...).

A Pataqueno, mi papá, a la sazón asesor litúrgico del Colegio Sagrado Corazón, le permitía dormir en el atrio de la capilla, por las noches, no sin antes alcanzarle una sopa caliente, exponiéndose a la lógica reprimenda del hermano Leopoldo.

Por eso, cuando hoy menudean los homenajes multitudinarios, fogoneados por quienes tal vez dejándose llevar por lo sensorial homenajean post mortem a personajes que en vida, solos y como dice el tango "arrastraron por este mundo la vergüenza de haber sido... y ya no ser", convirtiéndose en héroes urbanos, coincido con mi amigo el outsider y agrego como decía el gran Bertolt (Brecht): "Desgraciados los pueblos que necesitan héroes".

A propósito, éste, hombres sabios ¿es también un homenaje?


Silvio M. Valli
La Capital, Suplemento Escenario, 9/6/99
 
 
 
 
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